Por Carlos Barisano

La condena a Cristina Kirchner por la causa vialidad cambió el escenario político en general y el del peronismo en particular. Las posteriores mesas de trabajo que nuclearon al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, a Sergio Massa y a Máximo Kirchner lejos de conformar la unidad plantearon esquemas de dificultades para los cierres de listas que se verán el 19 de julio, pero dejaron la premisa que no habrá ninguna posibilidad de ruptura, aunque sobrevivan las desconfianzas de siempre.

En ese sentido, el primer imperativo que saben en el espacio del gobernador es que deben ir con más análisis que certezas y ser muy conscientes de las definiciones que se tomen. Lo primero que reconocen es que la pelea con Cristina Kirchner quedó desplazada por su situación judicial. Lo segundo es que el clamor popular que acompañó a la ex presidente puede reconocer en el conflicto con Kicillof alguna necesidad de venganza del sector más fundamentalistas. Y la tercera, que ni Máximo Kirchner, ni La Campora, están convencidos en acompañar el proyecto presidencial del gobernador bonaerense. 

Y ahi reside el principal problema. En los pasillos de La Plata ya afirman que el hijo del ex matrimonio presidencial llevará a Kicillof al mismo escenario que lo llevaron a Daniel Scioli en el 2015 cuando le pisaron la boleta con un vicepresidente cargado de polémica y con una interna en la provincial que le impidió ser presidente por lo complejo, profundo y salvaje del enfrentamiento entre Anibal Ferandnez y Julián Dominguez.

En esa línea, la preocupación parte de un concepto central en el análisis del Movimiento al Futuro: a La Campora y el kirchnerismo no le importa más que la concentración del poder bajo sus referentes, por sobre cualquier victoria electoral de alguien ajeno a su espacio. De hecho hay quienes creen que hasta que Máximo no sea visto como un presidenciable posible es mejor jugar a perder elecciones. Sí, para Carlos Bianco y compañía hay una parte del peronismo que no vive ni deja vivir.

Ante este escenario, Kicillof y su gente comienza a ver el 7 de septiembre con otra mirada: si bien no hay margen de derrota contra el gobierno nacional, la estrategia personal es surfear una ola que no lo quiere ver como ganador. El último componente es el rol de Sergio Massa: siempre generador de desconfianza, el ex ministro de Economía es más cercano a Máximo en esta puja que a Kicillof por un solo motivo: él continúa convencido que puede ser presidente de la Nación ante el “desastre” del gobierno actual y su único rival es el propio Kicillof. Sin Axel con chances, considera que sus acciones son las mejores y que eso lo acerca al sillón de Rivadavia.

Mientras el peronismo comienza a reorganizarse, Kicillof sabe que la jugada de un sector del partido pasa por exponerlo a una derrota tal como lo sufriera el último gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires. De eso ya pasaron 10 años, pero el poder de daño no disminuyó en todo este tiempo y para constituir un Movimiento al Futuro deberá saber sortear las malas prácticas del pasado.