El peronismo atraviesa una de sus tantas encrucijadas históricas, pero esta vez con un componente particular: la falta de una conducción clara en un contexto de debilidad electoral y dispersión dirigencial. Mientras Cristina Fernández de Kirchner se mantiene como la figura con mayor peso simbólico del espacio, Axel Kicillof emerge como el gobernador con control de territorio, gestión y caja. Sin embargo, la disputa por el liderazgo real está lejos de saldarse.

En los pasillos del PJ, la pregunta que se murmura ya suena a grito: ¿qué es más importante para conducir al peronismo hoy? ¿Los votos o la caja? la gestión o resultados concretos, acá no es relevante. Cristina conserva aún un núcleo duro de militancia, estructura y respaldo en las encuestas. Pero ya no gobierna ni gestiona, y su injerencia se da más por historia que por acción directa. En cambio, Kicillof administra la provincia de Buenos Aires, la madre de todas las batallas, y desde ahí intenta construir una legitimidad propia.

Sin embargo, muchos señalan que los votos que lo llevaron al poder en 2019 y lo mantuvieron en 2023 fueron, en gran medida, "prestados" por Cristina. Esa idea debilita la narrativa de un Kicillof como líder autónomo, aunque su entorno insista en instalarlo como el conductor del recambio generacional. De hecho, el gobernador viene impulsando desde hace tiempo el concepto de "canciones nuevas", una metáfora que busca marcar el agotamiento del liderazgo cristinista.

Cristina no se retira. Exige respeto por su trayectoria, su capital simbólico y electoral. Su liderazgo no se discute con liviandad, y lo ha hecho saber puertas adentro del PJ. Sin embargo, en el territorio bonaerense, la maquinaria política se mueve, y muchos intendentes –especialmente los del conurbano– ven en Kicillof una oportunidad de renovación, pero también de proyección y supervivencia.

El respaldo de estos jefes comunales al gobernador no es solo ideológico: también es pragmático. La "caja" de la provincia es un factor de alineamiento real, y la gestión del día a día se impone frente a las batallas épicas del pasado. La última declaración de Carlos Bianco, mano derecha de Kicillof, no dejó dudas: “toda nuestra fuerza política tiene que apoyar pública y explícitamente las medidas del gobernador. Nuestro bloque tiene que votar a mano alzada y sin chistar todos los proyectos del Ejecutivo." Es una exigencia explícita de subordinación partidaria al liderazgo del mandatario bonaerense.

La pregunta clave es si Kicillof puede trascender el rol de gobernador y convertirse en jefe político. Tiene estructura, pero aún no tiene relato ni mística propia. Del otro lado, Cristina mantiene su centralidad desde el silencio. Su peso no se mide solo en encuestas, sino en la capacidad de desestabilizar cualquier armado que no cuente con su bendición.

Pero el tiempo, el calendario judicial y el desgaste natural del poder juegan en su contra. Aunque al oficialismo nacional le sirva contrastar con ella y ve con buenos ojos que Cristina compita electoralmente.

Mientras tanto, el PJ sigue sin brújula. La disputa entre cristinismo y kicillofismo paraliza cualquier intento serio de reconstrucción nacional. No hay liderazgo unificado, ni programa, ni estrategia. Solo una certeza: sin resolver quién manda, el peronismo no podrá volver a enamorar al electorado ni reconstruir su potencia electoral. Pero de nuevo, acá se habla siempre de cajas y lugares en la listas, ¿gestión? quizás en otra oportunidad el peronismo tome este aspecto como algo clave.