LOS DECISORES REALES: ¿SOBERANÍA EN RIESGO?
La pregunta más usual es: ¿Quién mueve realmente los hilos? En Argentina, se debate sobre el FMI y la toma de deudas, pero el tema es más amplio: en los últimos años, la defensa del nacionalismo ante las injerencias de otros Estados y del sistema internacional está en el ojo de la tormenta. Problemas aún no resueltos, agendas "impuestas" y disputas de poder que ponen incómodos a los ciudadanos y a los tomadores de decisiones.
INTRODUCCIÓN
A lo largo de la historia, la organización política de los Estados ha experimentado transformaciones por cambios sociales, conflictos y nuevas concepciones del poder. Desde la Antigüedad hasta la modernidad, las estructuras de gobierno han sido influenciadas por factores como la religión, la economía y la teoría política, dando lugar a distintas formas de organización y legitimación del poder. Incluyendo el sistema internacional..
El debate actual radica en que pasamos de un mundo donde la soberanía y los derechos eran inexistentes, bajo el dominio de monarquías y colonizadores regidos por la "ley de la selva", a un sistema internacional complejo compuesto por diversos agentes y estructuras que, bajo el principio de protección, intervienen en las decisiones de los Estados. No obstante, los desafíos persisten.
CONTEXTO
La globalización intensificó la interdependencia de los países, alterando el equilibrio de poder entre los Estados y los actores transnacionales. Actualmente, la concepción del poder continúa transformándose con el desarrollo de nuevas formas de gobernanza global y tecnologías que permiten un control más sofisticado de la información y la opinión pública. El avance es sin límites, impulsado por desarrollos tecnológicos y científicos, el comercio y la protección de derechos colectivos globales, como el medio ambiente.
La era digital ha introducido nuevas dinámicas en el ejercicio del poder, con la manipulación de datos, el ciber-espionaje y el uso de redes sociales como herramientas clave en la política contemporánea. Sin embargo, persisten tensiones entre la soberanía estatal y la intervención internacional, así como entre el liderazgo autocrático y las democracias liberales.
SUBJETIVIDADES
Estamos en un contexto internacional donde cada día se ve más polarizado entre los seguidores de las Agendas internacionales, como los ODS, y quienes consideran que son una herramienta de facturación y dominación. En especial, comenzando a reiterarse el aparecimiento de gobiernos de derecha.
Basandome en la existente globalizacion y la necesidad de consensos para evitar conflictos y resguardar bienes públicos globales, es decir, cosa de todos; me pregunto si realmente la existencia de este sistema es un problema o en realidad las personas que lideraron y componen las organizaciones han fracasado. No podemos obviar las tendencias políticas que naturalmente son cambiantes e inclusive cíclicas.
Lo cierto es que aún no han cesado diversos conflictos y en el año 2025 escuchamos la palabra “guerra”, “exterminación”, “usurpación”, potenciado por el avance nuclear. Tambien oímos sobre acuerdos poco beneficiarios para algunas naciones donde predica una dependencia de las potencias y a su vez, el encuentro de soluciones, especialmente vinculadas a los recursos, bajo toma de posesiones consensuadas y no consensuadas.
Ni las Agendas ni los organismos han encontrado una protección ante la disparidad, especialmente económica, entre los Estados. De hecho, existe una fuerte apreciación sobre que estos espacios son en verdad el nucleo de negocios que convierten en títeres a los ciudadanos. Dentro de las pocas alternativas, ¿sigue siendo la mejor? En lo personal, aunque creo que hay mucho por mejorar, opino que sí.
La realidad internacional contemporánea ha experimentado transformaciones que han desbordado muchas de las presunciones de las teorías tradicionales de las relaciones internacionales. Estos cambios evidencian cómo deben adaptarse para comprender mejor la complejidad de la política internacional actual al igual que crece la dificultad de control y por ende de desprotección, en caso de que no existan espacios de acuerdos conjuntos.
Actuamente muchas organizaciones se encuentran colapsadas financieramente que pone en observación el verdadero desarrollo de cada Estado, lo cual debería ser uno de los objetivos primordiales.
Me parece interesante analizar si de a poco los países están volviendo a ponderizar la corriente realista. Argumenta que el Estado es soberano y autónomo relacionándose con los demás por medio de las relaciones externas de cooperación o de conflicto. Les cuesta usar el concepto de sistema y cuando lo emplean es para referirse a una relación entre diferentes partes.
Un ejemplo de país que actúa bajo una visión realista es Estados Unidos. Su política exterior está basada en el mantenimiento de su seguridad y hegemonía, priorizando la contención de rivales estratégicos como China y Rusia. La Estrategia de Seguridad Nacional de EE.UU. enfatiza la importancia del poder militar y la influencia global para garantizar su liderazgo en el sistema internacional (White House, 2022).
Existen diferentes actores involucrados en las distintas etapas de la política exterior. Se puede mencionar a los partidos políticos quienes son los actores que menos tienen en cuenta estas políticas bajo una predominación de la política interna sobre la exterior y los temas de política exterior ocupan una extensión reducida en los programas electorales. Asimismo, a las empresas, especialmente multinacionales tomando conciencia que es la productividad, y por ende, economía, lo que maneja al mundo.
FUNCIONAMIENTO DEL PODER ESTATAL ANTE EL SISTEMA INTERNACIONAL
La legitimidad de los gobiernos ya no depende únicamente del voto ciudadano o de los marcos normativos internos, sino también de su reconocimiento en la esfera internacional. Hoy, un gobierno puede perder credibilidad no solo por sus decisiones internas sino por cómo es percibido fuera de sus fronteras. Son ejemplos los casos como el de Venezuela o Myanmar.
La soberanía, entendida como la autoridad suprema e independiente que posee un Estado sobre su territorio y sus decisiones internas, es un principio fundamental en el derecho internacional y la política global. Según Bodin (1576), la soberanía implica el poder absoluto y perpetuo de una república, concepto que ha evolucionado con el tiempo. En la actualidad, la soberanía no es un concepto estático, sino que se enfrenta a desafíos derivados de la interdependencia global y la influencia de actores no estatales (Held, 2002).
La política internacional, más allá de su valoración positiva o negativa, ha complejizado la toma de decisiones. Aunque muchas se acuerdan en contextos de participación y consenso, gran parte de las resoluciones no son obligatorias, y existen mecanismos para abandonar normativas u organizaciones. Sin embargo, el peso político y las consecuencias de cada decisión impactan la imagen y la confianza, factores determinantes en los acuerdos bilaterales y multilaterales entre Estados.
LIDERAZGO DE LOS REPRESENTANTES DEL ESTADO
Además de lo mencionado, el rol de los medios de comunicación y las redes sociales, que amplifican crisis políticas y erosionan liderazgos en tiempo real. La imagen de un gobierno en la opinión pública global puede traducirse en sanciones, bloqueos diplomáticos o pérdida de inversión extranjera. En este sentido, la soberanía ya no es un concepto rígido, sino que se moldea en función de la validación externa y de dinámicas de poder que trascienden lo nacional.
Es fundamental distinguir entre entidades transnacionales y poderes supranacionales. Y saber que son diversos los actores del Sistema.
CASO DE REFERENCIA: AGENDA 2030, ODS.
Un ejemplo claro de este tipo de interacción es la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, construida a través de un proceso de consenso global que involucró a diferentes actores, incluyendo gobiernos, organizaciones internacionales y la sociedad civil. Esta Agenda establece objetivos comunes para el desarrollo sostenible, pero actualmente enfrenta rechazos y críticas, particularmente en relación con la adecuación de sus recomendaciones a las realidades económicas, culturales y políticas de diversos países.
En este sentido, también se puede observar cómo la interacción de los Estados con organismos supranacionales, como el Consejo de Seguridad de la ONU, puede generar tensiones. Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad (China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos) poseen el poder de veto, lo que les otorga una influencia desproporcionada sobre las decisiones que le competen al órgano.
Este hecho, combinado con las dinámicas geopolíticas y los intereses estratégicos, a menudo conduce a desacuerdos sobre cómo abordar problemas globales como los conflictos armados y la paz internacional. Estas dinámicas reflejan las complejidades inherentes a la soberanía nacional frente a las presiones y normas internacionales.
CONCLUSIÓN
Es un debate complejo, aun sin respuestas y donde la desconfianza y la corrupción son un gran eje de análisis. No obstante, se pueden identificar consecuencias positivas y negativas.
Los tomadores de decisión son un conjunto de actores de diferentes sectores que establecen lineamientos y marcan el curso del desarrollo del mundo.
Los actores transnacionales, como las corporaciones multinacionales y las ONGs, pueden facilitar la cooperación internacional en áreas como la salud pública, el cambio climático y los derechos humanos. Los acuerdos globales, como el Acuerdo de París sobre cambio climático, muestran cómo las entidades supranacionales pueden unir a Estados para enfrentar desafíos que trascienden las fronteras nacionales (Keohane y Nye, 2000).
Asimismo, la creación de instituciones como la ONU y la Unión Europea refleja cómo los poderes supranacionales pueden proporcionar marcos para la resolución de conflictos y la creación de normas internacionales que benefician a la humanidad en su conjunto. Esto puede generar estabilidad y paz en áreas de alta tensión geopolítica (Mazower, 2012).
Sin embargo, como venimos analizando, la creciente influencia de poderes supranacionales y actores transnacionales puede amenazar la soberanía de los Estados nacionales, limitando su capacidad para tomar decisiones autónomas sobre cuestiones internas. Esto se observa, por ejemplo, en la imposición de políticas de austeridad por parte del FMI. Asimismo, especialmente las grandes corporaciones multinacionales, a menudo ejercen un poder desproporcionado sobre los gobiernos, lo que puede resultar en la explotación de recursos naturales y mano de obra en países en desarrollo, perpetuando la desigualdad global (Sachs, 2005).
En sintesis, la evolución del poder y la soberanía refleja un proceso de constante adaptación a los cambios políticos, económicos y tecnológicos. Aunque la soberanía estatal sigue siendo un principio central en las relaciones internacionales, su ejercicio está condicionado por la interdependencia global y el crecimiento de actores transnacionales y supranacionales.
El desafío actual es encontrar un equilibrio entre la autonomía de los Estados y la cooperación internacional, garantizando que el poder se ejerza de manera legítima y en beneficio del bienestar colectivo.
ANTECEDENTES HISTORICOS
Uno de los momentos cruciales en la historia política de Occidente fue la consolidación de la soberanía estatal tras la Paz de Westfalia (1648), que estableció el principio de integridad territorial y la no injerencia en los asuntos internos de otros Estados (Osiander, 2001). No obstante, el ejercicio del poder ya había evolucionado desde la Antigüedad, pasando de los sistemas teocráticos y monárquicos a estructuras más complejas con distintos grados de participación social.
La teología cristiana desempeñó un papel clave en la configuración ideológica del poder durante la Edad Media, con la doctrina del derecho divino de los reyes y la relación entre la Iglesia y el Estado (Drake, 2000). La Reforma Protestante del siglo XVI alteró radicalmente esta relación, contribuyendo al surgimiento del Estado laico y sentando las bases de la modernidad política (Cameron, 2012).
En la Edad Media, la fragmentación del poder feudal implicó una concepción descentralizada del ejercicio del poder, donde el vasallaje y la lealtad personal definían las relaciones de autoridad (Pirenne, 1937). La transición hacia la modernidad supuso una concentración progresiva del poder en monarquías absolutas, justificada en teorías como las de Maquiavelo, quien postuló que el poder debía ejercerse de manera pragmática y sin restricciones morales (Skinner, 1978).
Con la Ilustración, la concepción del poder experimentó un cambio fundamental, orientándose hacia principios de representación, derechos individuales y división de poderes. Jean-Jacques Rousseau (1762) propuso la idea del contrato social, en la que el poder emana del pueblo y no de una autoridad divina o dinástica. Este cambio ideológico tuvo un impacto directo en las revoluciones democráticas de los siglos XVIII y XIX, que consolidaron el modelo de Estado-nación.
La Revolución Francesa (1789) marcó un punto de inflexión al consagrar principios como la igualdad ante la ley y la soberanía popular, inspirando movimientos independentistas en América Latina. Durante el siglo XIX, la Revolución Industrial transformó las estructuras económicas y sociales, impulsando la burocratización del Estado y la formulación de políticas públicas más estructuradas. La administración estatal se profesionalizó, y surgieron nuevas ideologías, como el liberalismo y el socialismo, que redefinieron la relación entre el poder y la economía. En el siglo XX, las concepciones sobre cómo actuar y ejercer el poder siguieron evolucionando, especialmente tras las guerras mundiales.
La creación de la ONU en 1945 reflejó una nueva comprensión de la gobernanza internacional, basada en la cooperación y el multilateralismo (Mazower, 2012). No obstante, la Guerra Fría (1947-1991) demostró que el poder seguía siendo ejercido en términos de dominación, con la competencia entre bloques ideológicos y el uso de la diplomacia, la propaganda y la intervención militar como herramientas de influencia global (Gaddis, 2005).
A partir de los años 70 y 80, el auge del neoliberalismo transformó la concepción del Estado, promoviendo una menor intervención en la economía y la privatización de servicios públicos.